CUANDO LAS CALAS FLOREZCAN.

Desde desorden es posible ver pequeños milagros, el frio de este invierno sin dudas ha sido perverso, muchos hemos podido de alguna manera estar a salvo de sus estragos.

El jardín del cual me sentí orgullosa mucho tiempo no es más que el fantasma de lo que algún día muchos admiraban, pasaba tardes enteras cortando la grama, dejando perfectas las orillas sembrando flores coloridas, quitando pequeñas malezas, el aroma de ese trabajo era exquisito, luego de mullir la tierra en las tazas de los arbustos que podaba con esmero, tenía una sensación de control de mi pequeño reino, un lugar hermoso diseñado a mi manera con los colores y formas que me eran más agradables.

Ahora quedan algunas plantas tratando de sobrevivir la mayoría tal vez esperando el milagro de la tibieza que las hará comenzar a recuperarse.

Sigue obstinado ese limonero cerca del portón principal, cargado de sus frutos firme ante la adversidad del clima, que destruye todo dejando irreconocibles otras especies menos gallardas, más sutiles y delicadas, pero casi al borde de perecer.

Los colores no son alegres, todo ha sufrido bajo el clima inclemente.

Pero dentro de todo lo que muere asomaban tímidos desde muy abajo, pequeños brotes de calas blancas, instintivamente tomé una pala como hace mucho no lo hacía y levanté con cuidado estos pequeños milagros, los llevé a un cantero más seguro del frio, donde el sol es algo más generoso y ahora hay catorce plantitas creciendo con fuerza, pero sin prisa.

Quiero verlas florecer, quizás con la esperanza de mas sol y calor, quizás viendo en esto algo que me impulse a emerger también, cuando sea el momento propicio, mueran los miedos y se alejen los fantasmas que me enfrían el alma.

Cuando las calas florezcan, seré feliz por ellas y también por mí…