sábado, 17 de julio de 2010

COINCIDENCIA NINGUNA.

Tras ese quiebre urgente, voraz y definitivo, decidió darse un tiempo a sí mismo, si bien el trabajo, ocupaba muchísimas horas de su tiempo, algo que le enorgullecía y le daba actividad mental intensa, muchas veces se sorprendía mirando el parque fuera de su oficina, pasaban las horas del día y la luminosidad iba variando, así como las luces, sombras, colores y matices que le rodeaban, el era así ya llevaba muchos años recorriendo, caminos que le parecían monótonos a pesar de esos cambios que percibía muy bien.

Tras una larga reunión en Julio comenzó a llover, era una tormenta que le pillo de sorpresa, el viento que arrancaba las tímidas hojas que quedaban abrigando los árboles, el estaba a salvo en esa oficina, mientras afuera la fuerza de la naturaleza apresaba su mirada y luego sus demás sentidos, absorto en ese espectáculo frenético, la imagen se tornó difusa, las lágrimas que tenía guardadas esta vez asomaron y recorrían sus mejillas sin cesar por un rato que se hizo eterno, ella ya no estaba para oír sus llamados, ni de noche para abrazarla cuando sentía frio y solo para sentir su piel cerca suyo, cosas que mucho tiempo dio por sentadas y normales eran tan solo recuerdos ahora.

Los ojos de ella que lo miraban con tal nitidez que no sentía dudas de su amor, su aroma que perfumaba esa cama, testigo de tantas noches de amor y descanso, de sueños compartidos de logros y derrotas. Esa voz que lo calmaba cuando necesitaba paz, sus manos que sabían llenarle de mimos como cuando un niño pide ternura.
Momentos sencillos que pasaron dejando huellas profundas, ahora se debatía entre ver el paso de los años, una tormenta, la lluvia y la sombra enorme que pesaba en su alma tras irse sin avisar, un día cualquiera hace ya tres años, su último período juntos fue difícil, ya no había besos que entibiaran sus días, había una amistad que se iba muriendo, las cenizas de lo que una vez construyeron.

Aún puede ver la luminosidad de su departamento esa mañana, la última pelea, donde terminaron de destruirse, donde todos los rencores por algo que ya no tenía arreglo explotaron en sus rostros, como se puede herir con palabras a quien un tiempo atrás era su centro.
Ya no les importó nada y él se marchó al trabajo tirando, con ira, la puerta.
Como las cosas habían alcanzado un nivel extremo el móvil no sonó, ella estaba tan herida que no quiso volver a llamarlo y él dando tiempo a que todo se calmara dejó pasar el día, volviendo muy tarde.
Las luces apagadas un silencio que nunca había sentido le daban la idea que tal vez ella dormía, subió despacio esas escaleras, pero ella no estaba, solo encontró una nota muy escueta.

“Es la última vez que nos gritamos, no hay remedio, lo que se rompe no se reconstruye.
Adiós…”

Su orgullo lo llamaba a la tranquilidad, su ira al desprecio, esa pasión enorme que muchas veces era aplacada en esas escaleras, ahora era como una mancha indeleble.
Ella ya no estaba y no había nada tangible de su existencia la cama tenía sábanas limpias, todo estaba impecable, ni un cabello en el piso, nada en lo absoluto.
El closet vació ni huellas de su perfume, sus libros no estaban, ni las fotografías ni sus discos, ni sus anotaciones en el refrigerador, creyó por un momento que alucinaba, pero la nota era real, era su letra eran años que leía mensajes esparcidos en el departamento, a veces notas dentro de su chaqueta, pequeños gestos escritos que ella dejaba para que sintiera que lo acompañaba siempre, ella había desinfectado ese lugar con una precisión clínica.

Comenzó a revolver cajones buscando pistas rompió algunas cosas en la cocina, no daba crédito a lo que le ocurría, ella había pasado el día reciclando y eliminando su vida juntos.
Ni siquiera las fotografías que estaban en la computadora estaban, era un trabajo profesional, perfecto, coincidente a lo que ella fue siempre, preocupada de todos los detalles que el pasaba de largo.

Fue su manera de castigarlo, definitivamente lo hizo, él pensaba que era poco serio tener fotografías suyas en su oficina y le prohibió que le dejara mensajes en su e-mail, ella siempre respetó su espació y nunca lo contrario, lo que después jugó a su favor para desaparecer de todo lugar silente y poderosa tal como la tormenta que arreciaba afuera arrancando las hojas de los árboles del parque fuera de su oficina donde estaba a salvo, pero totalmente solo.
Tres años habían pasado, nunca más dio con ella, su móvil nunca respondió y después estaba fuera de servicio.

Solo le quedó esa pequeña nota que atesoraba, porque le daba algo de lucidez y cordura a sus recuerdos.

Ella dejó su vida, su país, limpio sus huellas y se esfumó para siempre.

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