lunes, 19 de julio de 2010

EBANO Y MARFIL.

Estaba lloviendo y solo le bastó entrar a su cama y cerrar los ojos para sentirlo otra vez…
Desde que se vieron, una mañana soleada en el mercado, no lograron separarse, una sonrisa y sus miradas bastaron para que su destino se sellara, eran diametralmente opuestos, pero esto en vez de separarlos los atraía mas y mas.
No tardaron en llegar los besos y las caricias, sus manos recorriéndola como a ella le gustaba y ella entregándose al placer inmenso que esas noches le regalaban, era suya definitivamente, ese era su modo les sobraban las palabras, cada movimiento tenía un ritmo que ellos conocían bien, se amaban sin preguntas, sin respuestas ni proyecciones.
Solo deseaban sentir, cada vez más calor en sus cuerpos desde que sus pieles desnudas rozaban esas sábanas, testigos de la magia que ocurría en su sangre, como un incendio sin control.
Ese calor que no acababa, que se hacía intenso con cada toque, con cada rasguño, y cada mordisco que atizaba aquel fuego, era una especie de lucha, llenándoles de vida en cada encuentro.
Eran dos seres extraños y se habían encontrado para hacer solamente eso, en un principio.
Después comenzaron a necesitarse, cada uno era una especie de droga para el otro, mientras sus encuentros aumentaban en número e intensidad, ella gozaba viendo sus ojos y sus gestos cuando el placer los controlaba.
No eran niños y se dejaban ver juntos por la calle.
Él le susurraba que la amaba, que estaba encantado con su presencia, que no la quería dejar ir.
Ya era irreversible, esta pasión los tomó de sorpresa, no querían dar su brazo a torcer.
Eran como dos leones cada cual al asecho del otro, cada quien pidiendo más y entregando el alma en cada encuentro, nunca se daban por vencidos, las horas volaban cuando el sexo se hacía presente desde quitarse la ropa, hasta saborear sus cuerpos.
No había límites en cada aventura conocían cada centímetro de la piel del otro, no eran perfectos pero eso también les gustaba sus diferencias eran obvias, desde su edad y la cultura que abrazaban, color de piel contrastando como la noche y el día, ébano y marfil.
Dos cuerpos con fuego en las venas a pesar de esas diferencias, nunca dejaron de amarse de aquella manera loca y descontrolada dejando huellas que tardaban en borrarse y teniendo cada cual el sabor de otro totalmente integrado.
En ese estado de inconciencia que lograban alcanzar, el entrando en ella fuertemente y ella deseando más fuerza en cada embate, sus mentes divagaban, solo los unía ese poderoso magnetismo, algo primigenio y brutal, pero que los hacía inmensamente felices, no había oposición a cada idea que se les venía en gana, lo lograban todo y cada orgasmo mutuo era una explosión de indudables repercusiones, sus cuerpos se arqueaban sus gemidos alcanzaban notas profundas y la calidez en sus respiración los llamaba a comenzar una nueva travesía.
Caían rendidos uno al lado del otro, en esa habitación donde cualquier mueble era zona de guerra, y la cama el final del trayecto.
Pasaron veranos, otoños, inviernos y primaveras, no lo notaron, el tiempo no era una medida que ellos respetaran.
Su mundo era propio nadie más existía.
Pero la diferencia de edad se hizo notar un día de verano muy tempano, tras una de sus batallas el dio un largo suspiro, ella estaba extasiada como siempre, nadie en el mundo la hacía hembra como él, se acercó a su cuerpo lo abrazó y ese calor se transformó en un grito que recorrió el pueblo entero, el corazón de ese hombre se había detenido para siempre.
Ella no daba crédito a lo que vivía el ya no estaba, su bello cuerpo desnudo era inerte ahora, nunca imaginó esa inmensa soledad el vació que había en su alma y que sabía bien nadie podría llenar.
Su mente se perdió desde ese momento, se le veía muchas veces a la orilla del mar llorando, pidiéndole a Dios la llevara pronto junto a él.
No había respuesta para su dolor, el tiempo dejó huellas que ni ella pudo imaginar, su piel oscura comenzó a perder lozanía su cabello azabache se volvió blanco, los años no perdonaron su soledad.
Enfermó gravemente, por ese amor que ya no embriagaba sus sentidos ni quemaba su piel, la vida no tenía para ella sentido alguno.
Estaba lloviendo y solo le bastó entrar a su cama cerrar los ojos y sentirlo otra vez…
Ahora él venía a buscarla, la morfina la hacía tener estos vívidos recuerdos, el cáncer se la llevaba, podía sentir la pasión de su vida nuevamente rozando su piel, suspiró pensando en él y se internó en ese sueño sin final, sonriendo.

1 comentario:

  1. gracias por escribir esto hace sentir que aun en nuestra masa de metropolis y villas todavia exista soplos de espiritu

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